EL CAPITAL
SECCIÓN SEGUNDA
LA TRANSFORMACIÓN DE DINERO EN CAPITAL
CAPITULO IV
TRANSFORMACIÓN DE DINERO EN CAPITAL
1. La fórmula general del capital
La circulación de mercancías es
el punto de partida del capital. La producción de mercancías, la circulación
mercantil y una circulación mercantil desarrollada, el comercio, constituyen
los supuestos históricos bajo los cuales surge aquél. De la creación del
comercio mundial y el mercado mundial modernos data la biografía moderna del
capital.
Si hacemos caso omiso del
contenido material de la circulación mercantil, si prescindimos del intercambio
de los diversos valores de uso, limitándonos a examinar las formas económicas
que ese proceso genera, encontraremos que su producto último es el dinero. Ese
producto último de la circulación de mercancías es la primera forma de
manifestación del capital.
Históricamente, el capital, en su
enfrentamiento con la propiedad de la tierra, se presenta en un comienzo y en
todas partes bajo la forma de dinero, como patrimonio dinerario, capital
comercial y capital usurario. Sin embargo, no hace falta echar una ojeada
retrospectiva a la proto-historia del capital para reconocer en el dinero su
primera forma de manifestación. Esa misma historia se despliega diariamente
ante nuestros ojos. Todo nuevo capital entra por primera vez en escena --o sea
en el mercado: mercado de mercancías, de trabajo o de dinero-- siempre como dinero,
dinero que a través de determinados procesos habrá de convertirse en capital.
El dinero en cuanto dinero y el
dinero en cuanto capital sólo se distinguen, en un principio, por su distinta
forma de circulación.
La forma directa de la
circulación mercantil es M - D - M, conversión de mercancía en dinero y
reconversión de éste en aquélla, vender para comprar. Paralelamente a esta
forma nos encontramos, empero, con una segunda, específicamente distinta de
ella: la forma D - M - D, conversión de dinero en mercancía y reconversión de
mercancía en dinero, comprar para vender. El dinero que en su movimiento se
ajusta a ese último tipo de circulación, se transforma en capital, deviene
capital y es ya, conforme a su determinación, capital.
Examinemos más detenidamente la
circulación D - M - D. Recorre la misma, al igual que la circulación mercantil
simple, dos fases contrapuestas. En la primera de éstas, D - M, compra, el
dinero se transforma en mercancía. En la segunda fase, M - D, venta, la
mercancía se reconvierte en dinero. Pero la unidad de ambas fases configura el
movimiento global que cambia dinero por mercancía y la misma mercancía
nuevamente por dinero; compra mercancía para venderla, o, si se dejan a un lado
las diferencias formales entre la compra y la venta, compra mercancía con el
dinero y dinero con la mercancía. El resultado en el que se consuma todo ese
proceso es el intercambio de dinero por dinero, D - D. Si con 100 libras
esterlinas adquiero 2.000 libras de algodón, y vendo éstas por esterlinas 110,
en resumidas cuentas habré intercambiado esterlinas 100 por esterlinas 110,
dinero por dinero.
Ahora bien, salta a la vista que
el proceso de circulación D - M - D sería absurdo y fútil si por medio de ese
[181] rodeo se quisiera cambiar un valor dinerario cualquiera por el mismo
valor dinerario, o sea, por ejemplo, esterlinas 100 por las mismas esterlinas
100. Incomparablemente más simple y seguro sería el procedimiento del atesorado
que retiene sus esterlinas 100 en vez de exponerlas a los riesgos de la
circulación. Por otra parte, ya sea que el comerciante venda a esterlinas 110
el algodón comprado con esterlinas 100 o que tenga que deshacerse de él por
esterlinas 100 e incluso por esterlinas 50, en todos los casos su dinero habrá
descrito un movimiento peculiar y original, de tipo completamente distinto del
que describe en la circulación mercantil simple, por ejemplo en manos del
campesino que vende trigo y que con el dinero así obtenido adquiere prendas de
vestir. Corresponde, por tanto, caracterizar en primer lugar las diferencias de
forma entre los ciclos D - M - D y M - D - M. Con lo cual, al mismo tiempo,
saldrá a luz la diferencia de contenido que se oculta tras dichas diferencias
formales.
Veamos, por de pronto, lo que hay
de común entre ambas formas.
Ambos ciclos se descomponen en
las mismas dos fases contrapuestas, M - D, venta, y D - M, compra. En cada una
de las dos fases se contraponen los dos mismos elementos del mundo de las
cosas, mercancía y dinero, y dos personas que ostentan las mismas máscaras
económicas, un comprador y un vendedor. Cada uno de los dos ciclos constituye
la unidad de las mismas fases contrapuestas, y en ambos casos la unidad es
mediada por la entrada en escena de tres partes contratantes, de las cuales una
se limita a vender, la otra a comprar, pero la tercera alternativamente compra
y vende.
Lo que distingue de antemano, n
obstante, a los dos ciclos M - D - M y D - M - D, es la secuencia inversa de
las mismas fases contrapuestas de la circulación. La circulación mercantil
simple comienza con la venta y termina en la compra, la circulación del dinero
como capital principia en la compra y finaliza en la venta. Allí es la
mercancía la que constituye tanto el punto de partida como el término del
movimiento; aquí, el dinero. En la primera forma es el dinero el que media el
proceso global, en la inversa, la mercancía.
En la circulación M - D - M el
dinero se transforma finalmente en mercancía que presta servicios como valor de
uso. Se ha gastado definitivamente, pues, el dinero. En la forma [182] inversa,
D - M - D, por el contrario, el comprador da dinero con la mira de percibirlo
en su calidad de vendedor. Al comprar la mercancía lanza dinero a la
circulación para retirarlo de ella mediante la venta de la misma mercancía. Se
desprende del dinero, pero con la astuta intención de echarle mano nuevamente.
Se limita, pues, a adelantarlo 3.
En la forma M - D - M la misma
pieza de dinero cambia dos veces de lugar. El vendedor la recibe de manos del
comprador y se separa de ella al pagar a otro vendedor. El proceso global, que
se inicia con la percepción de dinero a cambio de mercancía, se clausura con la
entrega de dinero a cambio de mercancía. A la inversa en la forma D - M - D. No
es la misma pieza de dinero la que aquí cambia por dos veces de lugar, sino la
misma mercancía. El comprador la obtiene de manos del vendedor y se desprende
de ella, cediéndola a otro comprador. Así como en la circulación mercantil
simple el doble cambio de lugar de la misma pieza de dinero ocasionaba su
transferencia definitiva de unas manos a otras, en este caso el doble cambio de
lugar de la misma mercancía implica el reflujo del dinero a su punto de partida
inicial.
El reflujo del dinero a su punto
de partida no depende de que se venda la mercancía más cara de lo que se la
compró. Esta circunstancia sólo ejerce su influjo sobre la magnitud de la suma
de dinero que refluye. El fenómeno del reflujo se opera no bien se revende la
mercancía comprada, con lo cual se describe íntegramente el ciclo D - M - D. Es
ésta, pues, una diferencia sensorialmente perceptible entre la circulación del
dinero como capital y su circulación como simple dinero.
Se describe íntegramente el ciclo
M - D - M tan pronto como la venta de una mercancía produce dinero que la
compra de otra mercancía sustrae, a su vez. No obstante, si refluye dinero al
punto de arranque, ello obedece únicamente a la renovación o reiteración de
toda la trayectoria. Si vendo un quarter de trigo por esterlinas 3 y con las
mismas esterlinas 3 compro prendas de vestir, en lo que a mí respecta esas
esterlinas 3 se habrán gastado definitivamente. Ya nada [183] tengo que ver con
ellas. Son del tendero. Ahora bien, si vendo un segundo quarter de trigo,
vuelve a fluir dinero a mis manos, pero no a causa de la transacción primera,
sino tan sólo de su repetición. El dinero se aleja nuevamente de í tan pronto
como celebro la segunda transacción y compro de nuevo. En la circulación M - D
- M, pues, el gasto del dinero no guarda relación alguna con su reflujo. En D -
M - D, por el contrario, el reflujo del dinero está condicionado por la índole
misma de su gasto. Sin este reflujo la operación se malogra o el proceso se
interrumpe y queda trunco, ya que falta su segunda fase, la venta que complementa
y finiquita la compra.
El ciclo M - D - M parte de un
extremo constituido por una mercancía y concluye en el extremo configurado por
otra, la cual egresa de la circulación y cae en la órbita del consumo. Por
ende, el consumo, la satisfacción de necesidades o, en una palabra, el valor de
uso, es su objetivo final. El ciclo D - M - D, en cambio, parte del extremo constituido
por el dinero y retorna finalmente a ese mismo extremo. Su motivo impulsor y su
objetivo determinante es, por tanto, el valor de cambio mismo.
En la circulación mercantil
simple ambos extremos poseen la misma forma económica. Ambos son mercancías. Y,
además, mercancías cuya magnitud de valor es igual. Pero son valores de uso
cualitativamente diferentes, por ejemplo trigo y prendas de vestir. El
intercambio de productos, el cambio de los diversos materiales en los que se
representa el trabajo social, configura aquí el contenido del movimiento. No
ocurre lo mismo en la circulación D - M - D. A primera vista, por ser
tautológica, parece carecer de contenido. Ambos extremos tienen la misma forma
económica. Ambos son dinero, no siendo por tanto valores de uso
cualitativamente distintos, ya que el dinero es precisamente la figura
transmutada de las mercancías, en la cual se han extinguido sus valores de uso
particulares. Cambiar primero esterlinas 100 por algodón y luego, a su vez, el
mismo algodón por esterlinas 100, o sea, dando un rodeo, dinero por dinero, lo
mismo por lo mismo, parece ser una operación tan carente de objetivos como
absurda [4]. Una suma [184] de dinero únicamente puede distinguirse de otra por
su magnitud. Por consiguiente, el proceso D - M - D no debe su contenido a
ninguna diferencia cualitativa entre sus extremos, pues uno y otro son dinero,
sino solamente a su diferencia cuantitativa. A la postre, se sustrae a la
circulación más dinero del que en un principio se arrojó a ella. El algodón
adquirido a esterlinas 100, por ejemplo, se revende a esterlinas 100 + 10, o
sea esterlinas 110. La forma plena de este proceso es, por ende D - M - D',
donde D' = D + D, esto es, igual a la suma de dinero adelantada inicialmente
más un incremento. A dicho incremento, o al excedente por encima del valor
originario, lo denomino yo plusvalor (surplus value). El valor adelantado
originariamente no sólo, pues, se conserva en la circulación, sino que en ella
modifica su magnitud de valor, adiciona un plusvalor o se valoriza. Y este
movimiento lo transforma en capital.
Es también posible, por cierto,
que en M - D - M los dos extremos, M, M, por ejemplo trigo y prendas de vestir,
sean magnitudes de valor cuantitativamente diferentes. Cabe la posibilidad de
que el campesino venda su trigo por encima de su valor o compre la ropa por
debajo del valor de la misma. Puede ocurrir que el tendero lo estafe. [185]
Pero tal diferencia de valor, en el caso de esta forma de circulación, sigue
siendo puramente aleatoria. Ésta no pierde su sentido y su razón de ser, como
en el caso del proceso D - M - D, si los dos extremos, por ejemplo trigo y
prendas de vestir, son equivalentes. Su equivalencia es aquí, más bien,
condición del decurso normal.
La reiteración o renovación del
acto de vender para comprar encuentra su medida y su meta, como ese proceso
mismo, en un objetivo final ubicado fuera de éste: el consumo, la satisfacción
de determinadas necesidades. Por el contrario, en la compra para la venta, el
principio y el fin son la misma cosa, dinero, valor de cambio, y ya por eso
mismo el proceso resulta carente de término. Es verdad que D se ha transformado
en D + D, esterlinas 100 en esterlinas 100 + 10. Pero desde un punto de vista
puramente cualitativo, esterlinas 110 son lo mismo que esterlinas 100, o sea
dinero. Y consideradas cuantitativamente, esterlinas 110 son una suma limitada
de valor, como esterlinas 100. Si se gastaran las esterlinas 110 como dinero,
dejarían de desempeñar su papel. Cesarían de ser capital. Sustraídas a la
circulación, se petrificarían bajo la forma de tesoro y no rendirían ni un solo
centavo por más que estuviesen guardadas hasta el día del Juicio Final. Si se
trata, por consiguiente, de valorizar el valor, existe la misma necesidad de
valorizar las esterlinas 110 que las esterlinas 100, ya que ambas sumas son
expresiones limitadas del valor de cambio, y por tanto una y otra tienen la
misma vocación de aproximarse, mediante un incremento cuantitativo, a la
riqueza absoluta. Ciertamente, el valor de esterlinas 100, adelantado
originariamente, se distingue por un momento del plusvalor de esterlinas 10 que
le ha surgido en la circulación, pero esa diferencia se desvanece de inmediato.
Al término del proceso no surge de un lado el valor original de esterlinas 100
y del otro lado el plusvalor de esterlinas 10. Lo que surge del proceso es un
valor de esterlinas 110 que se encuentra en la misma forma adecuada para
iniciar el proceso de valorización, que las esterlinas 100 originales. Al
finalizar el movimiento, el dinero surge como su propio comienzo. [186] El
término de cada ciclo singular en el que se efectúa la compra para la venta,
configura de suyo, por consiguiente, el comienzo de un nuevo ciclo. La
circulación mercantil simple --vender para comprar-- sirve, en calidad de
medio, a un fin último ubicado al margen de la circulación: la apropiación de
valores de uso, la satisfacción de necesidades. La circulación del dinero como
capital es, por el contrario, un fin en sí, pues la valorización del valor existe
únicamente en el marco de este movimiento renovado sin cesar. El movimiento del
capital, por ende, es carente de medida.
En su condición de vehículo
consciente de ese movimiento, el poseedor de dinero se transforma en
capitalista. Su persona, o, más precisamente, su bolsillo, es el punto de
partida y de retorno del dinero. El contenido objetivo de esa circulación --la
valorización del valor-- es su fin subjetivo, y sólo en la medida en que la
creciente apropiación de la riqueza abstracta es el único motivo impulsor de
sus operaciones, funciona él como capitalista, o sea [187] como capital
personificado, dotado de conciencia y voluntad. Nunca, pues, debe considerarse
el valor de uso como fin directo del capitalista. Tampoco la ganancia aislada,
sino el movimiento infatigable de la obtención de ganancias. Este afán absoluto
de enriquecimiento, esta apasionada cacería en pos del valor de cambio , [c] es
común a capitalista y atesorador, pero mientras el atesorador no es más que el
capitalista insensato, el capitalista es el atesorador racional. La incesante
ampliación del valor, a la que el atesorador persigue cuando procura salvar de
la circulación al dinero 11, la alcanza el capitalista, más sagaz, lanzándolo a
la circulación una y otra vez [12](bis)
[188] Las formas autónomas, las
formas dinerarias que adopta el valor de las mercancías en la circulación
simple, se reducen a mediar el intercambio mercantil y desaparecen en el
resultado final del movimiento. En cambio, en la circulación D - M - D
funcionan ambos, la mercancía y el dinero, sólo como diferentes modos de
existencia del valor mismo: el dinero como su modo general de existencia, la
mercancía como su modo de existencia particular o, por así decirlo, sólo
disfrazado [13]. El valor pasa constantemente de una forma a la otra, sin
perderse en ese movimiento, convirtiéndose así en un sujeto automático. Si
fijamos las formas particulares de manifestación adoptadas alternativamente en
su ciclo vital por el valor que se valoriza, llegaremos a las siguientes
afirmaciones: el capital es dinero, el capital es mercancía 14. Pero, en
realidad, el valor se convierte aquí en el sujeto de un proceso en el cual,
cambiando continuamente las formas de dinero y mercancía, modifica su propia
magnitud, en cuanto plusvalor se desprende de sí mismo como valor originario,
se autovaloriza. El movimiento en el que agrega plusvalor es, en efecto, su
propio movimiento, y su valorización, por tanto, autovalorización. Ha obtenido
la cualidad oculta de agregar valor porque es valor. Pare crías vivientes, o,
cuando menos, pone huevos de oro.
Como sujeto dominante de tal
proceso, en el cual ora adopta la forma dineraria o la forma mercantil, ora se
despoja de ellas pero conservándose y extendiéndose en esos cambios, el valor
necesita ante todo una forma autónoma, en la cual se compruebe su identidad
consigo mismo. Y esa forma sólo la posee en el dinero. Es por eso que éste
constituye el punto de partida y el punto final de todo proceso de
valorización. Era esterlinas 100, y ahora es esterlinas 110, etcétera. Pero el
dinero mismo sólo cuenta aquí como una forma del valor, ya que éste tiene dos
formas. Sin asumir la forma mercantil, el dinero no deviene capital. El dinero,
pues, no se presenta aquí en polémica contra la mercancía, [189] como ocurre en
el atesoramiento. El capitalista sabe que todas las mercancías, por
zaparrastrosas que parezcan o mal que huelan, en la fe y la verdad son dinero,
judíos interiormente circuncidados, y por añadidura medios prodigiosos para
hacer del dinero más dinero.
Si en la circulación simple el
valor de las mercancías, frente a su valor de uso, adopta a lo sumo la forma
autónoma del dinero, aquí se presenta súbitamente como una sustancia en
proceso, dotada de movimiento propio, para la cual la mercancía y el dinero no
son más que meras formas. Pero más aun. En vez de representar relaciones
mercantiles, aparece ahora, si puede decirse, en una relación privada consigo
mismo. Como valor originario se distingue de sí mismo como plusvalor --tal como
Dios Padre se distingue de sí mismo en cuanto Dios Hijo, aunque mbos son de una
misma edad y en realidad constituyen una sola persona--, puesto que sólo en
virtud del plusvalor de esterlinas 10, las esterlinas 100 adelantadas se
transmutan en capital, y así que esto se efectúa, así que el Hijo es engendrado
y a través de él el Padre, se desvanece de nuevo su diferencia y ambos son Uno,
esterlinas 110.
El valor, pues, se vuelve valor
en proceso, dinero en proceso, y en ese carácter, capital: Proviene de la
circulación, retorna a ella, se conserva y multiplica en ella, regresa de ella
acrecentado y reanuda una y otra vez, siempre, el mismo ciclo [15]. D - D',
dinero que incuba dinero --money which begets money--, reza la definición del
capital en boca de sus primeros intérpretes, los mercantilistas.
Comprar para vender o, dicho con
más exactitud, comprar para vender más caro, D - M - D', parecería,
ciertamente, no ser más que una clase de capital, una forma peculiar, el
capital comercial. Pero también el capital industrial es dinero que se
convierte en mercancía y por la venta de la mercancía se reconvierte en más
dinero. Actos que, por ejemplo, se operan entre la compra y la venta, al margen
de la esfera de la circulación, en nada modifican esa forma del movimiento. Por
último, en el caso del capital que rinde interés, la circulación D - M - D' se
presenta abreviada, con su resultado pero sin mediación, en estilo lapidario,
digámoslo así, como D - D', dinero que es igual a más dinero, valor que es
mayor que sí mismo.
En realidad, pues, D - M - D',
tal como se presenta directamente en la esfera de la circulación, es la fórmula
general del capital.
2.
La forma que adopta la
circulación cuando el dinero sale del capullo, convertido en capital,
contradice todas las leyes analizadas anteriormente sobre la naturaleza de la
mercancía, del valor, del dinero y de la circulación misma. Lo que distingue
esa forma de la que reviste la circulación simple de mercancías, es la
secuencia inversa de los dos mismos procesos contrapuestos, la venta y la
compra. ¿Cómo, empero, esta diferencia puramente formal habría de transformar
como por arte de magia la naturaleza de estos procesos?
Pero eso no es todo. Esta
inversión sólo existe para uno de los tres amigos del comercio que trafican
entre sí. En cuanto capitalista compro una mercancía a A y se la revendo a B,
mientras que en mi calidad de simple poseedor de mercancías, le vendo una
mercancía a B y luego le compro otra a A. Para los amigos del comercio A y B
esa diferencia no existe. Sólo entran en escena como vendedor o comprador [d]
de mercancías. Yo mismo me enfrento a ellos, en cada caso, como simple poseedor
de dinero o poseedor de mercancías, comprador o vendedor, y precisamente en
ambas secuencias me enfrento sólo como comprador a una persona y sólo como
vendedor a la otra, sólo como dinero a uno, al otro sólo como mercancía, y a
ninguno de los dos en cuanto capital o capitalista o representante de algo que
sea más que dinero o mercancía, o que surta otro efecto salvo el del dinero o
el de la mercancía. Para mí, comprar a A y vender a B forman parte de una
secuencia. Pero la conexión entre esos dos actos sólo existe para mí. No le va
ni le viene a A mi transacción con B, y a éste [191] lo deja indiferente la que
efectúo con aquél. Y si quisiera, por ejemplo, hacerles ver el mérito que he
contraído al invertir la secuencia, me demostrarían que me equivoco en cuanto a
esa secuencia misma y que la transacción global no comenzaba con una compra y
se cerraba con una venta, sino a la inversa: se iniciaba con una venta y
concluía con una compra. Mi primer acto, la compra, desde el punto de vista de
A era una venta, en efecto, y mi segundo acto, la venta, era desde el punto de
vista de B una compra. No contentos con ello, A y B explicarían que toda la
secuencia era superflua, mero arte de birlibirloque. En lo sucesivo, A vendería
directamente a B y éste le compraría directamente a aquél. Con lo cual toda la
transacción se reduciría a un acto unilateral de la circulación mercantil común
y corriente: desde el punto de vista de A, mera venta, y desde el de B, mera
compra. La inversión de la secuencia, pues, no nos hace salir de la esfera de
la circulación mercantil simple, y hemos de observar, más bien, si por su
naturaleza ésta permite la valorización de los valores que ingresan a ella y,
por consiguiente, la formación de plusvalor.
Examinemos el proceso de
circulación en una forma bajo la cual se manifiesta como mero intercambio de
mercancías. Tal es siempre el caso cuando los dos poseedores de mercancías se
compran éstas uno al otro y el día de pago compensan los saldos de sus
recíprocas obligaciones dinerarias. El dinero presta aquí servicios de dinero
de cuenta: expresa en sus precios los valores de las mercancías, pero no se
contrapone físicamente a las mismas. En la medida en que se trata del valor de
uso, es obvio que los dos sujetos del intercambio pueden resultar gananciosos.
Ambos se desprenden de mercancías que en cuanto valores de uso les son
inútiles, y adquieren otras de cuyo uso necesitan. Y esta utilidad bien puede
no ser la única. A, que vende vino y compra trigo, produce quizás más vino que
el que podría producir el cerealero B en el mismo tiempo de trabajo, y éste más
cereal que el que podría producir A, como viticultor, en igual tiempo de
trabajo. De modo que A, por el mismo valor de cambio obtiene más cereal y B más
vino que si cada uno de los dos, sin intercambio, tuviera que producir vino y
trigo para sí mismo. Respecto al valor de uso, entonces, puede decirse que
"el intercambio [192] es una transacción en la cual ganan ambas partes"
[16]. No ocurre lo mismo con el valor de cambio. "Un hombre que posee
mucho vino y poco trigo comercia con otro hombre que dispone de mucho trigo y
poco vino: entre ambos se efectúa un intercambio de un valor de cincuenta en
trigo por cincuenta en vino. Este intercambio no significa acrecentamiento del
valor de cambio ni para el primero ni para el segundo, pues cada uno de los dos
poseía, antes del intercambio, un valor igual al que se ha procurado por ese
medio" [17]. No se modifica este resultado por el hecho de que el dinero,
en cuanto medio de circulación, se interponga entre las mercancías,
disociándose así de manera tangible los actos de la compra y de la venta [18].
El valor de las mercancías está representado en sus precios antes de que entren
a la circulación, es, por ende, supuesto y no resultado de los mismos [19].
Considerándola en abstracto, esto
es, prescindiendo de las circunstancias que no dimanan de las leyes inherentes
a la circulación mercantil simple, en ésta no ocurre, fuera del remplazo de un
valor de uso por otro, nada más que una metamorfosis, mero cambio formal de la
mercancía.
El mismo valor de cambio e, o sea
la misma cantidad de trabajo social objetivado, se mantiene en manos del mismo
poseedor de mercancías, primero bajo la figura de su mercancía, luego bajo la
del dinero en que ésta se transforma, y por último de la mercancía en la que
ese dinero se reconvierte. Este cambio de forma no entraña modificación alguna
en la magnitud del valor. El cambio que experimenta en este proceso el valor de
la mercancía se limita, pues, a un cambio de su forma dineraria. Ésta existe
primero como precio de la mercancía ofrecida en venta, luego como suma de
dinero --la cual, sin embargo, ya estaba [193] expresada en el precio--, y
finalmente como el precio de una mercancía equivalente. Tal cambio formal no
implica, en sí y para sí, una modificación de la magnitud del valor, del mismo
modo que no se da esa modificación si cambio un billete de cinco libras por
soberanos, medios soberanos y chelines. Por tanto, en la medida en que la
circulación de la mercancía no trae consigo más que un cambio formal de su
valor, trae consigo, siempre y cuando el fenómeno se opere sin interferencias,
un intercambio de equivalentes. La propia economía vulgar, por poco que vislumbre
qué es el valor, no bien quiere considerar, a su manera, el fenómeno en su
pureza, supone que la oferta y la demanda coinciden, esto es, que su efecto es
nulo. Por tanto, si en lo tocante al valor de uso ambos sujetos del intercambio
podían resultar gananciosos, ello no puede ocurrir cuando se trata del valor de
cambio. Aquí rige, por el contrario, lo de que "donde hay igualdad no hay
ganancia" [20]. Ciertamente, las mercancías pueden venderse a precios que
difieran de sus valores, pero esa divergencia se revela como infracción de la
ley que rige el intercambio de mercancías [21]. En su figura pura se trata de
un intercambio de equivalentes, y por tanto no de un medio para enriquecerse
obteniendo más valor [22].
Tras los intentos de presentar la
circulación mercantil como fuente del plusvalor, se esconde pues, las más de
las veces, un quidproquo, una confusión entre valor de uso y valor de cambio.
Así, por ejemplo, en Condillac: "No es verdad que en los intercambios se
dé un valor igual por otro valor igual. Por el contrario, cada uno de los
contratantes da siempre un valor menor por uno mayor... En efecto, si siempre
se intercambiara un valor igual por otro valor igual, ninguno de los
contratantes obtendría ganancia alguna. Ahora bien, los dos la obtienen, o
deberían obtenerla.
¿Por qué? El valor de las cosas
consiste, meramente, en [194] su relación con nuestras necesidades 23, lo que
es más para uno es menos para el otro, y a la inversa... No son las cosas
necesarias para nuestro consumo las que se considera que tratamos de poner en
venta... Nos queremos desembarazar de una cosa que nos es inútil para
procurarnos otra que necesitamos... Es natural que se haya entendido que en los
intercambios se daba un valor igual a cambio de otro igual, ya que las cosas
que se intercambiaban eran consideradas iguales en valor con respecto a una
misma cantidad de dinero. Pero hay una consideración que debe tenerse en
cuenta, y es la de saber si los dos intercambiamos algo superfluo por un objeto
necesario [24]." Como vemos, Condillac no sólo hace un revoltijo con el
valor de uso y el valor de cambio, sino que, de manera realmente pueril,
atribuye a una sociedad con una producción mercantil desarrollada una situación
en la que el productor produce directamente sus medios de subsistencia y sólo
lanza a la circulación lo que excede de sus necesidades personales, lo
superfluo [25]. No obstante, el argumento de Condillac suele reaparecer en los
economistas modernos, particularmente cuando se procura presentar la figura desarrollada
del intercambio mercantil, el comercio, como productivo de plusvalor. "El
comercio", se dice, por ejemplo, "agrega valor a los productos, ya
que los mismos productos valen más en las manos de los consumidores que en las
de los productores, y se lo puede considerar, literalmente (strictly), un acto
productivo" [26]. Pero no se paga dos veces por las mercancías, una vez
por su valor de uso y la otra por su valor. Y si el valor de uso de la
mercancía [195] es más útil para el comprador que para el vendedor, su forma
dineraria es de mayor utilidad para el vendedor que para el comprador. En caso
contrario, ¿la vendería, acaso?. Y de esta manera podría decirse también que el
comprador, literalmente (strictly), ejecuta un "acto productivo", puesto
que convierte en dinero, por ejemplo, las medias que vende el comerciante.
Si se intercambian mercancías, o
mercancías y dinero, de valor de cambio igual, y por tanto equivalentes, es
obvio que nadie saca más valor de la circulación que el que en ella. No tiene
lugar, pues, ninguna formación de plusvalor. Ahora bien, en su forma pura el
proceso de circulación de las mercancías implica intercambio de equivalentes.
En la realidad, sin embargo, las cosas no ocurren de manera pura. Supongamos,
por consiguiente, un intercambio de no equivalentes.
Sea como fuere, en el mercado
únicamente se enfrenta el poseedor de mercancías al poseedor de mercancías, y
el poder que ejercen estas personas, una sobre la otra, no es más que el poder
de sus mercancías. La diversidad material de las mismas constituye el motivo
material del intercambio y hace que los poseedores de mercancías dependan
recíprocamente el uno del otro, ya que ninguno de ellos tiene en sus manos el
objeto de su propia necesidad, y cada uno de ellos el objeto de la necesidad
ajena. Si dejamos a un lado esa diversidad material de sus valores de uso,
únicamente existe una diferencia entre las mercancías, la que media entre su
forma natural y su forma transmutada, entre la mercancía y el dinero. De esta
suerte, los poseedores de mercancías sólo se distinguen en cuanto vendedores,
poseedores de mercancías, y compradores, poseedores de dinero.
Ahora bien, supongamos que por un
privilegio misterioso, al vendedor se le concede el derecho de vender su
mercancía por encima de su valor, a 110 si éste es de 100, o sea con un recrgo
nominal del 10 %. El vendedor, pues, obtiene un plusvalor del 10 %. Pero
después de ser vendedor, deviene comprador. Un tercer poseedor de mercancías se
le enfrenta ahora como vendedor, y disfruta, por su parte, del privilegio de
vender las mercancías 10 % más caras. Nuestro hombre ha ganado 10 como
vendedor, para perder 10 como comprador [27]. En su conjunto el asunto termina,
de hecho, en que todos los poseedores de mercancías se venden unos a otros sus
mercancías a 10 % por encima del valor, lo que es exactamente lo mismo que si
las vendieran a sus valores. Tal recargo general y nominal en los precios de
las mercancías produce el mismo efecto que si se estimaran por ejemplo en
plata, en vez de en oro, los valores mercantiles. Aumentarían las
denominaciones dinerarias, esto es, los precios de las mercancías, pero sus
relaciones de valor se mantendrían incambiadas.
Supongamos, a la inversa, que
fuera un privilegio del comprador el adquirir mercancías por debajo de su
valor. Aquí ni siquiera es necesario recordar que el comprador, a su debido
momento, se convierte en vendedor. Era vendedor antes de devenir comprador. Ya
ha perdido 10 % como vendedor antes de ganar 10 % como comprador [28]. Todo
queda igual que antes.
La formación de plusvalor y, por
consiguiente, la transformación del dinero en capital, no pueden explicarse ni
porque los vendedores enajenen las mercancías por encima de su valor, ni porque
los compradores las adquieran por debajo de su valor [29].
El problema no se simplifica, en
modo alguno, introduciendo subrepticiamente relaciones extrañas, como hace por
ejemplo el coronel Torrens: "La demanda efectiva consiste en la capacidad
e inclinación (!), por parte de los consumidores, sea en el intercambio directo
o en el mediato, a dar por las mercancías una porción mayor de todos los
ingredientes del capital que la gastada en la producción de [197] las
mismas" [30]. En la circulación los productores y consumidores sólo se
enfrentan en cuanto vendedores y compradores. Si afirmamos que para los
productores el plusvalor surge de que los consumidores pagan la mercancía por
encima del valor, ello equivale a enmascarar la simple tesis de que el poseedor
de mercancías posee, en cuanto vendedor, el privilegio de vender demasiado
caro. El vendedor ha producido él mismo la mercancía o representa a sus
productores, pero el comprador, a igual título, ha producido la mercancía
simbolizada en su dinero o representa a sus productores. El productor, pues, se
enfrenta al productor. Lo que los distingue es que uno compra y el otro vende.
No nos hace avanzar un solo paso el decir que el poseedor de mercancías, bajo
el nombre de productor, vende por encima de su valor la mercancía y, bajo el
nombre de consumidor, la paga demasiado cara [31].
Los representantes consecuentes
de la ilusión según la cual el plusvalor deriva de un recargo nominal de
precios, o del privilegio que tendría el vendedor de vender demasiado cara la
mercancía, suponen por consiguiente la existencia de una clase que sólo compra,
sin vender, y por tanto sólo consume, sin producir. Desde el punto de vista que
hemos alcanzado hasta ahora en nuestro análisis, es decir, desde el de la
circulación simple, la existencia de tal clase es todavía inexplicable. Pero
adelantémonos. El dinero con que tal clase compra constantemente debe afluir
constantemente a la misma --procedente de los poseedores de mercancías--, sin
intercambio, gratis, en virtud de tales o cuales títulos jurídicos o basados en
el poder. Vender a esa clase por encima de su valor sólo significa recuperar en
parte, mediante trapisondas, el dinero del que antes ella se había apoderado
sin dar nada a cambio [32]. Así, por [198] ejemplo, las ciudades de Asia Menor
pagaban anualmente un tributo en dinero a la antigua Roma. Con ese dinero Roma
les compraba mercancías, y las compraba a precios excesivamente elevados. Los naturales
de Asia Menor estafaban a los romanos, ya que les sonsacaban a los
conquistadores, por medio del comercio, una parte del tributo. Pero, con todo,
seguían siendo ellos los estafados. Se les pagaba por sus mercancías, como
siempre, con su propio dinero. No es éste ningún método de enriquecimiento o de
formación del plusvalor.
Mantengámonos dentro de los
límites del intercambio mercantil, donde los vendedores son compradores y los
compradores vendedores. Nuestra perplejidad proviene, tal vez, de que sólo
hemos concebido las personas en cuanto categorías personificadas, no
individualmente.
El poseedor de mercancías A puede
ser tan astuto que embauque a sus colegas B o C e impida que éstos, pese a toda
su buena voluntad, se tomen el debido desquite. Vende A vino por el valor de
esterlinas 40 a B y adquiere en el intercambio, trigo por valor de esterlinas
50. Convirtió sus esterlinas 40 en esterlinas 50, ha obtenido más dinero a
partir de menos dinero y transformado su mercancía en capital. Veamos el caso
más detenidamente. Con anterioridad al intercambio teníamos esterlinas 40 de
vino en las manos de A y trigo por esterlinas 50 en las de B, o sea un valor
global de esterlinas 90. Una vez efectuado el intercambio, tenemos el mismo
valor global de esterlinas 90. El valor circulante no se ha acrecentado en un
solo átomo; se ha modificado, sí, su distribución entre A y B. Aparece en una
parte como plusvalor lo que en la otra es minusvalor; en una parte como un más
lo que en la otra es un menos. Se habría operado el mismo cambio si A, en lugar
de recurrir a la forma encubierta del intercambio, hubiese robado directamente
a B esterlinas 10. No puede acrecentarse la suma de los valores circulantes,
evidentemente, por medio de un cambio en su distribución, del mismo modo que un
judío no aumenta la masa de metales preciosos en un país por el hechode vender
en una guinea un farthing acuñado en la época de la reina [199] Ana. La clase
capitalista de un país no puede lucrar colectivamente a costa de sí misma [33]
34.
Por vueltas y revueltas que le
demos, el resultado es el mismo. Si se intercambian equivalentes, no se origina
plusvalor alguno, y si se intercambian no equivalentes, tampoco surge ningún
plusvalor [35]. La circulación o el intercambio de mercancías no crea ningún
valor [36].